El final de la guerra civil no marca el final de la violencia en España. El cese de las hostilidades en el campo de batalla es un punto y seguido. A la totalidad de los muertos en la contienda (90.000 fusilados del Frente Popular y 60.000 del bando franquista) habría que sumarle la nada despreciable cifra de represaliados durante la inmediata posguerra.
El golpe de estado de julio de 1936 y su idea de nación habían triunfado. Ahora llegaba el turno de las depuraciones, de la formación de un Estado unificado basado en tres pilares, Ejército, Iglesia y familia o partido único, un conglomerado reaccionario de partidos de derecha que cristalizó en FET y de las Jons.
El objetivo fundamental de este nuevo régimen era acabar con las libertades democráticas que se habían implantado durante el período republicano. Eso pasaba por la liquidación de todos los miembros de antiguos partidos defensores de la democracia. Desde ministros hasta funcionarios, sobre todo maestros, e intelectuales. Hubo una campaña de terror despiadado en las zonas rurales donde se acabó con todas aquellas piezas que durante los años 1931-36 habían tenido alguna parcela de poder.
Además de la implantación de una serie de leyes, todas ellas encaminadas a acabar con los enemigos del régimen, se llevaron a cabo Consejos de Guerra sumarísimos que, ausentes de toda legalidad, conducían a ejecuciones arbitrarias mediante “paseos” sincausa ninguna.
Fueron 40.000 las víctimas de la represión del régimen franquista durante los primeros años de la posguerra. Víctimas también fueron el medio millón de exiliados y los encarcelados, que en 1939 alcanzaron la cifra de casi 300.000. Muchos de ellos morirían en prisión a causa de las condiciones insalubres de las cárceles.
Pero si hay que hablar de represaliados, debemos mencionar a la mujer, sobre todo a la mujer que había realizado actividades públicas en período republicano o durante laguerra. A la mujer de ideas progresistas o republicana, doblemente castigada, por “roja”y por mujer.
Al final de la Guerra Civil, el 9% de la población reclusa era femenino. Los motivos de su internamiento eran de lo más variopintos (y absurdos): profanar cadáveres, haber insultado a fascistas, acoger o socorrer a milicianos republicanos, ser esposa, madre, hermana o, incluso, amiga de un republicano… Cualquier motivo era objeto de delito para el régimen que, en el fondo de toda esta actividad represora, evidenciaba un sentimiento de repulsa a todo lo que significaba la mujer republicana: ideas de igualdad, libertad respecto al hombre, pensamientos autónomos, derecho a voto. No hay que olvidar que muchos de estos supuestos delitos eran aplicados con carácter retroactivo, es decir, fueron cometidos por la mujer durante la República, por lo tanto, se trataba de actividades asentadas sobre una base legítima y legal.
También pagaron un precio muy alto aquellas mujeres que fueron al frente en los inicios de la contienda –más tarde se las relegó, desde su propio bando, a pasar a un segundo plano en la retaguardia–.
Además del frente, muchas de ellas ocuparon puestos relevantes en la resistencia y en la lucha: movimientos antifascistas, Socorro Rojo, asociaciones juveniles, partidos políticos. Todo esto llevaría aparejado su correspondiente castigo.
Fueron fusiladas, encarceladas y, en el mejor de los casos, sometidas a la humillación pública (se las rapó y mostró en sus lugares de origen sometiéndolas al escarnio público).
Se conocen varios testimonios de la vida en las cárceles porque ellas mismas se encargaron de dejar constancia del horror. Fueron detenidas al acabar la guerra, acusadas de “adhesión a la rebelión”. En este contexto se vivieron auténticos dramas cuando muchas madres tenían que separarse de sus hijos (no se les permitía estar en prisión con ellas a partir de los tres años) y éstos fueron a parar a casas de familias leales al régimen y terminaron renegando de sus propias madres. La saturación de las cárceles hizo que, en muchos casos, se conmutaran las penas a partir del año 1940.
Las menos afortunadas fueron fusiladas tras ser condenadas por un Consejo de Guerra y abandonadas en cunetas. A raíz de Ley de Memoria Histórica de 2007 se ha podido constatar que el número de víctimas abandonadas en cunetas es mayor del que se suponía en un principio. Gracias a la actuación de asociaciones de recuperación de víctimas se han contabilizado muchos casos de restos de mujeres, incluso embarazadas, arrojadas a fosas comunes tras ser ejecutadas.
En cuanto a las humilladas, podemos imaginar lo difícil que les resultó a estas últimas continuar con su vida, tanto en el plano económico, como social, cuando, además, la mayoría de ellas eran viudas, madres o hermanas de presos o muertos y carecían de recursos.
Las que podían escapar del régimen de represión se aventuraban junto a sus familias e hijos a la búsqueda de un lugar en el exilio a través de Francia. Pero la situación que hallaban en el destino era tan violenta como de la que escapaban. Numerosas mujeres fueron detenidas e internadas en campos de concentración nazis como el de Ravensbrück, cerca de Hannover, donde, de las 133.000 mujeres que pasaron por este campo, 400 eran españolas.
Todos los testimonios que se conocen constituyen sólo la punta del iceberg de lo que el régimen franquista, una vez finalizada la contienda bélica, llevó a cabo para“neutralizar” todos aquellos elementos que amenazaban o quedaban fuera de su idea de Estado Nuevo.
Las mujeres, además de sufrir una doble violencia en la posguerra, también fueron víctimas de un mayor silencio historiográfico (ausencia de fuentes, archivos inaccesibles, menor participación en la guerra civil). Pero cada vez descubrimos más voces femeninas que nos cuentan sus vivencias y es labor de la Historia recuperar esa memoria.
Los responsables de todo esto fueron los dirigentes de un Estado, construido por los vencedores en la guerra civil, un régimen nacional católico, con protagonismo de las fuerzas militares y con claro deseo de fascistización, al puro estilo de la Italia de Mussolini.
Sin embargo, no hay que olvidar, por supuesto, que a la cabeza de todo este conglomerado estaba el Jefe del Estado, nombrado el 1 de octubre de 1936 por los militares protagonistas del golpe de ese mismo año, el general Francisco Franco.
Bibliografía:
EGIDO, A., FDEZ. ASPERILLA, A. (EDS.), (2011), Ciudadanas, militantes, feministas. Mujer y Compromiso político en el siglo XX. Madrid. Editorial Eneida.